David Bowie siempre tuvo conexiones con Australia.
Filmó videos ahí, grabó con Tin Machine en Sídney, llevó giras ahí, dio un concierto secreto e inclusive, tenía una propiedad. No fue inesperado que la exhibición “Bowie Is” pisara ese país durante su gira internacional. La locación elegida fue el Australian Centre for the Moving Image (ACMI) en Melbourne. La exhibición estuvo abierta del 16 de julio al 1 de noviembre del 2015.
Una de las razones por las que la exhibición “Bowie Is” fue particularmente emocionante para los coleccionistas, fue que cada parada nueva albergaba la promesa de un lanzamiento musical o producto exclusivo para conmemorar la ocasión. El único percance es que, en ocasiones, tenían un tiraje sumamente limitado, lo cual provocaba que se agotaran en un abrir y cerrar de ojos. Algunos cuantos títulos no fueron difíciles de conseguir, ya que se repitieron en varias paradas y el tiraje era alto.
Cuando era el caso opuesto, un tiraje bajo, había numerosos obstáculos: gente que se formaba con amigos o conocidos para obtener varias copias (se supone se limitaba a una por cliente), personas que los compraba con el único objetivo de revenderlos a precios inflados e inclusive en algunos casos, empleados que guardaban copias detrás del mostrador. Todo esto fue una fuente de gran estrés y ansiedad para los coleccionistas.
Un lanzamiento en particular fue considerablemente más difícil de obtener que el resto: “Let’s Dance”. Era lógico que la canción fuera la elegida para la parada australiana. Bowie grabó el video de ese sencillo allí y desde entonces fue una de las canciones consentidas de los fans australianos.
El tiraje de este lanzamiento fue de tan solo 550 copias a nivel mundial. De ellas, 50 fueron reservadas desde manufactura y distribuidas entre personas que trabajaron en la exhibición o directamente con Bowie. Mientras que las 500 restantes se pusieron a la venta en la tienda de la exhibición (las órdenes en línea estaban vetadas para estos artículos). Entonces podríamos decir que el tiraje fue de 500.
El sencillo fue presentado en un llamativo color amarillo y venía dentro de una funda plástica con un sticker, idéntica al formato de los picture discs del 40 aniversario. Ciertamente, era un artículo con un aspecto muy atractivo y su tiraje tan limitado lo hizo un objeto codiciado desde el instante en que fue anunciado.
El estrés comenzó desde ese momento. De inmediato, se empezaron a formar alianzas. Coleccionistas buscaban a conocidos en Australia que les hicieran el favor de conseguirles uno. Gente más descarada incluso solicitaba dos. Quienes no querían dejarlo en manos ajenas planeaban ser los primeros en la fila el día de la apertura y se dirigirían a la tienda antes de siquiera pisar la primera sala de la exhibición. Algunos querían el sencillo para su colección. Otros lo querían para revenderlo. Era inevitable. Yo en lo particular decidí que era una carrera perdida desde el inicio. En ese año no conocía a nadie en Australia (aún) y sabía que conseguirlo de segunda mano en línea sería a precios exorbitantes. Preferí evitarme el estrés y me olvidé de él.
Tal como se había vaticinado, se agotó al instante. Había fanáticos que ostentaban varias copias en línea, provocando la ira de quienes se quedaron sin siquiera una. Otras personas lo obtuvieron gracias a sus amistades, otros prefirieron tomar la ruta fácil y pagaron la reventa, lo que fuera con tal de conseguirlo. Yo solo miraba.
Yo estaba familiarizado con un importante coleccionista australiano. Había escuchado historias sobre él. Había visto sus fotografías en foros. Su colección era avasallante. Ediciones especiales míticas, ediciones limitadas número uno en el tiraje, litografías, inclusive… una pintura original de Bowie. Así es, una pintura real, hecha por Bowie.
No me sorprendió nada que él tuviese varias copias del sencillo. Era lo más lógico. Yo conocía su reputación y el renombre de su colección, pero nunca habíamos interactuado. Su colección era equiparable a la incógnita de su personalidad. Extremadamente reservado y de bajo perfil, rara vez visto en público. No era el tipo de persona que te abordaría para hablar de Bowie en la calle si te viera usando una playera con su imagen.
Unos meses después del lanzamiento de “Let’s Dance”, publiqué un mensaje en un foro de coleccionistas para compartir las noticias de un nuevo lanzamiento en CD. Para mi sorpresa, el coleccionista me contactó por mensaje. Quería saber dónde podía ordenar su copia directamente. Le proporcioné la información que buscaba. Respondió de vuelta con su agradecimiento y entonces me preguntó:
“¿Tienes ya un ‘Let’s Dance’ amarillo?”
“No”, le respondí, “No tuve manera de conseguirlo”.
Su pregunta me hizo pensar que había dos posibilidades. Una: Estaba a punto de ofrecerme-comprarle uno. Dos: Me iba a proponer un intercambio, por algo que pudiera interesarle (difícil).
Solo esas dos opciones cruzaron por mi mente. ¿Cuál otro podría ser el motivo por el que me estaba preguntado acerca del sencillo?
Su siguiente mensaje me tomó por sorpresa, fue algo que jamás vi venir. Me estaba ofreciendo uno como regalo. Me ofrecí a pagar el envío, pero él insistió en cubrir todo. El viaje de Australia a México fue largo, pero eventualmente llegó. Mi propio “Let’s Dance” amarillo.
Le agradecí intensamente y le expresé mi profunda admiración por su colección. Nunca respondió de vuelta, pero tiempo después me enteré, gracias a un conocido suyo, que tuvieron una breve charla al respecto y sus palabras fueron: “Se lo regalé porque si alguien se merecía uno era él”.
Un regalo así es un acto de generosidad indescriptible. Él podría haberlo vendido, podría haberlo usado en un intercambio, pero me lo regaló, a mí, alguien a quien ni siquiera conoce en persona. A veces la gente cree que el mundo de los coleccionistas está lleno de competencia, envidia y artimañas. Pero mi “Let’s Dance” amarillo es la prueba de que también hay coleccionistas increíblemente generosos.
Gracias por este obsequio, un artículo que pensé jamás sostendría en mis manos. ¡Algo así se atesora por siempre!