Un niño observa cómo el mundo se deshace por primera vez dentro de su propia casa.
No entiende por qué su madre llora en silencio, ni por qué su padre habla con un tono nuevo, afilado, como si cada palabra abriera una grieta más en las paredes.
Intuye, aunque no sepa nombrarlo, que algo se rompió para siempre. Ignora que el amor también caduca, que incluso los pilares que deberían sostenerlo pueden derrumbarse sin aviso.
Afuera, otros corren para salvarse de balas que no distinguen nombres ni historias. Son rostros anónimos huyendo de horrores cotidianos, arrastrando lo poco que tienen mientras buscan refugio donde nunca lo habrá.
Huimos de todo: del abandono, del miedo, de nosotros mismos. Pero al final todos chocan con la misma verdad amarga: no existe un lugar realmente seguro. No existe justicia, solo una coreografía torpe de supervivientes intentando avanzar mientras el tiempo se desploma sobre ellos.
Las promesas se rompen, las certezas se evaporan, y lo único que permanece es la sospecha de que nada mejor vendrá. Es el signo de los tiempos.
Había escuchado la canción un par de veces y me había atraído el dramatismo de Harry Styles… hasta que conocí la historia detrás de ella.
“Sign of the Times”, su sencillo debut como solista en 2017, nació de un impulso profundamente emocional.
“Creo que es la canción de la que estoy más orgulloso”, declaró Styles. “Escribí la mayor parte del álbum en Jamaica, quería evitar distracciones… necesitaba estar lejos de todo”.
La letra es devastadora.
“La mayoría de las cosas que me duelen de lo que está pasando no son políticas, son fundamentales: igualdad de derechos para todos.
“‘Sign of the Times’ surgió de pensar que no es la primera vez que atravesamos momentos difíciles, ni será la última. La canción está escrita desde la perspectiva de una madre a quien, tras dar a luz, le dicen: ‘Tu hijo está bien, pero tú no vas a sobrevivir’. Ella tiene cinco minutos para despedirse y decirle: ‘Sigue adelante y conquista’”, dijo.
Con el tiempo, el tema adquirió un matiz más político.
“Vivimos una época difícil, llena de cosas imposibles de ignorar. Habría sido extraño no reconocer lo que ocurre. La canción habla de varias cosas a la vez. Es una etapa en la que es fácil sentirse increíblemente triste… pero también hay personas haciendo cosas increíbles”, añadió.
A nadie le escandaliza ya el dolor ajeno. Hemos normalizado lo insoportable, como si el mundo entero estuviera anestesiado. Y aunque algunos insistan en encontrar esperanza en medio del desastre, lo cierto es que estamos rodeados de un cansancio que ya no sabe en qué creer.
Otro golpe llega cuando una persona enfrenta la enfermedad y la demencia senil de sus padres. Verlos desvanecerse lentamente, perder recuerdos, palabras, rostros, es asistir a una muerte en cámara lenta.
Ya no son quienes fueron, pero tampoco son completos desconocidos: habitan un territorio gris donde la identidad se diluye. El dolor es doble: se llora lo que se fue y también lo que aún vive, pero ya no vuelve.
Es una crueldad íntima, silenciosa, ante la que el mundo rara vez se detiene.
Y así, mientras la vida insiste en desmoronarse desde todos los frentes, nos descubrimos atrapados en un laberinto donde cada camino conduce a otra forma de incertidumbre. No hay salida clara, no hay guía, no hay luz al final.
Solo pasillos repetidos, muros que se estrechan y la sensación de que, sin importar la dirección, el destino siempre será el mismo: un tiempo marcado por la desolación. Es el signo de los tiempos… y no promete nada mejor.
Un mundo donde incluso los niños aprenden demasiado pronto, que la vida no compensa, que el amor no basta, y que cada uno debe aprender a caminar entre ruinas sin esperar que alguien regrese.
