El escenario fue el Renault blanco R8 S modelo 1974 de mi padre. El instrumento fue el estéreo de ese auto, que él aún conserva. El protagonista fue un casete negro, que aún conservo, a pesar de que su cinta magnética ya está rota.
Ese objeto rectangular de 10 por 6.5 centímetros fue mi ingreso a los ecos del mundo invisible.
Vamos desde el principio: el licenciado “Mundo”, apelativo con el que mi papá llamaba a uno de sus amigos abogados, le regaló un casete. La cajita de plástico fue guardada en la guantera del Renault blanco junto con otros, no tenía etiquetas plásticas, pues habían sido arrancadas y en su lugar solo había vestigios adhesivos.
Cada vez que mi padre y mi madre viajaban en el auto, yo en la parte trasera, pedía que pusieran ese casete. Por no contravenir los deseos del niño de cuatro años, o no meterse en algún problema llamada rabieta, lo ponían. El casete era el volumen uno del “Álbum Rojo” de The Beatles, una compilación de 13 canciones del grupo británico de 1962 a 1966.
Al carecer de etiquetas y nombres, el nombre de las canciones me era desconocido. Hoy puedo unir el nombre con algunas experiencias: “Love Me Do” era una hármonica distorsionada porque el casete estaba dañado en esa parte, “Please Please me” solo me gustaba la parte media, “She Loves You” me gustaba el sonido de la batería, “Can´t Buy Me Love” me disgustaba un poco sin saber porqué, “And I Love Her” y “Yesterday” me sonaban sombrías y las metía en el mismo modelo ¿Mis favoritas? “A Hard Day´s Night”, “Eigth Days a Week” y “I Feel Fine”… sonaban bien, eran alegres y había algo de mágico en ellas. El tiempo les ha dado valor a cada una de las canciones del catálogo de los cuatro de Liverpool.
Tengo en la memoria de que el estéreo puso en riesgo mi casete por lo menos en tres ocasiones cuando la cinta se salió, el problema era solucionado con un lápiz o los dedos de alguno de mis padres… y el objeto negro seguía su trabajo en el rústico aparato que ofrecía AM, FM y un OFF necesario para ingresar la cajita plástica.
El casete duró casi 15 años antes de que se rompiera por su uso. The Beatles fueron la introducción al mundo invisible de la música, con los “fab four” llegaron más casetes de mi padre y discos LP, estos últimos fueron el logro mayor pues podía, a mis 12 años, manipular el modular Panasonic de la familia.
Mi padre fue mi cómplice: recibía regaños cada semana por ahorrar el dinero que se me daba para comer y comprar “más discos”; ante las reprimendas de madre, mi papá dejaba casetes debajo de mi cama y me ordenaba asear el cuarto… así encontraba música nueva.
La cinta magnética fue sustituida por una revista llamada “La Historia del Rock and Roll” que un amigo en la universidad perdería años después. Con ella vino: el rock clásico de los cincuentas, la primera Ola Inglesa, la psicodelía de finales de los sesenta, baladas melosas de los setenta y lo que ellos definían como rock pesado. La revista culminaba con las nuevas promesas: Michael Jackson y Eurythmics.
La revista se tornó en un realidad con el conductor Jaime Almeida y su “Estudio 54” quien dio sonido e imágenes a las letras de la revista. Recuerdo un programa dedicado a The Who y envolverme por “Tommy”. Hasta ahí el mundo invisible de la música abarcaba solo dos décadas: de los cincuenta a los setenta.
Dos álbumes detonaron la búsqueda de más música: “Knebworth” con extractos del festival de 1990 que invitaba a buscar cada uno de los grupos de Tears for Fears a Pink Floyd, pasando por Robert Plant, Genesis y Dire Straits y “The Wall” de 1991, una interpretación de Roger Waters de su obra con Pink Floyd en la Plaza Potsdamer y la Puerta de Brandeburgo.
La explosión musical se tradujo en hambre y curiosidad por conocer más música, interpretaciones, conexiones y contextos: ZZ Top, AC/DC, Yeah Yeah Yeahs, Arcade Fire, Pulp, Whitesnake, Kiss, Bryan Adams, David Bowie, Depeche Mode, Opeth, Devin Townsend, Dream Theather, Gogol Bordello, Goran Bregovic… demasiados escapes de realidad.
La búsqueda sigue, el Renault se mantiene estacionado y se deteriora, el casete se encuentra guardado en espera de ser utilizado nunca más que cómo un recuerdo para presumir a quien le interese una anécdota.
El mundo invisible lanzó sus ecos en laberintos de los cuales ningún melómano quiere encontrar la salida. Los ecos de un mundo invisible es la manera en que defino la música, pero solo esa música que arroja el alma a nuestros oídos.