Ya había escuchado de él años antes y, aunque sabía tanto de su historia personal, jamás imaginé un rostro para él. Apenas era 2006.

Tuve oportunidad de conocerlo una década después, en 2016. En un primer momento, lo califiqué como un hombre mesurado, una voz suave y a veces hasta pausada, me daba la impresión de que pensaba mucho antes de decir una frase; quizá por la reflexión implícita o por una ligera precaución ante su interlocutor. Así conocí a Roger.

Conviví con él menos de un año. Siempre nos encontrábamos con respeto, pero las sonrisas amables eran más frecuentes, indicativo de que la confianza había nacido entre ambos a pesar de nuestra discreción.

La mente suele olvidar, esconder todo. La vida dio un giro y no volvía a verlo hasta años después: cubierto por una sábana, muerto a mitad de la calle; había muerto atropellado mientras trabajaba. Sentí un ligero golpe de asombro y un pensamiento fácil, pero recurrente, no lo volvería a ver jamás ¿Cuál era el último pensamiento que ocupó su mente?

El tiempo pasó y a veces le recordaba con afecto y añoranza. Una persona cercana a él me mostró una carta que le había escrito Roger: era una carta de apoyo incondicional, reflexiones, consejos, celebración por la vida y de un temor lógico, pero esperanzador por el futuro.

Apenas esta semana supe que la persona que me presentó a Roger gustaba de escuchar “What a Wonderful World” y charlar un poco sobre la canción y la profundidad que obligaba a disfrutar de las cosas simples. Hasta ese momento supe que la frase favorita de él era “fabrica momentos de felicidad”.

“What A Wonderful World” de Louis Armstrong suena como un clásico de la década de 1940, pero la canción fue grabada y lanzada en 1967, el mismo año en que “Daydream Believer” de The Monkees y “Light My Fire” de The Doors.

La grabó cuando tenía 66 años y estaba cerca del final de su carrera; murió en 1971 de insuficiencia cardíaca a los 69 años. Grabó una de las canciones más optimistas y alentadoras jamás concebidas, pues fue escrita por Bob Thiele y George Weiss.  Sólo apreciar nuestro entorno.

Se sabe que se inspiró en la vida de ese barrio para la canción.

 “Vi a tres generaciones crecer en esa cuadra. Todos están con sus hijos, nietos, vuelven a ver al tío Satchmo y a la tía Lucille. Es por eso por lo que puedo decir, ‘Oigo llorar a los bebés, los veo crecer, aprenderán mucho más de lo que nunca sabré’. Y puedo mirar las caras de todos esos niños. Y tengo fotos de ellos cuando tenían cinco, seis y siete años. Entonces, cuando me dieron este ‘Wonderful World’, no miré más, eso fue todo”, relató.

Son de esas canciones que, cuando empiezan los primeros sonidos, se sabe que uno debe detenerse a escuchar, imaginar que el mundo es más sencillo, que debemos estar felices de leer estas líneas ahora o el hecho de poder respirar y saber que lo hacemos. Muchos no lo están ya.

El mundo es maravilloso, lo podemos hacer mejor al crear esos momentos de felicidad. Así lo dijo Roger.

 

 

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