Presa de una hiponatremia, mi madre se mantuvo en el hospital de viernes a sábado de la semana pasada. Fue la segunda ocasión en menos de un mes por un problema que comenzó por una bacteria que se volvió loca en el cuerpo de ella.

Tuve horas para verla dormida y ver como el sodio poco a poco, gota a gota entraba en sus venas, platicar con ella y reírnos un poco. Para mí seguía siendo increíble como esa gota que veía caer en el equipo de infusión y terminaba perdiéndose en el hematoma de su antebrazo.

La urgencia fue el viernes pasado a la 1 de la tarde, cuando mi madre perdió las fuerzas completas de su cuerpo hasta la mañana del sábado, momento en que el electrolito comenzó a llegar a sus niveles correctos. Para las 12 del día ya podíamos platicar sobre lo que había pasado y los miedos normales de los horizontes de su vida.

Me senté a su lado y le dije que le pondría música (soy de esos seres insoportables que a todo lado deben cargar con música… incluyendo un hospital, en mi defensa el volumen era muy bajo). Le gustaron los sonidos y al final le expliqué que le había dado un recorrido por las canciones más tranquilas del ex vocalista de Pink Floyd.

Le gusto “The Blue” que pertenece al álbum On an Island de 2006, el tercer álbum solista del virtuoso de la guitarra. De ella, David Gilmour explica:

“Los últimos diez años han sido una auténtica masacre para mí. Mi hermana murió. Mi madre murió hace un par de años. Un montón de amigos y familiares han perdido la cabeza. Nos ha afectado profundamente a mí y a Polly.

“Una de las canciones, ‘The Blue’, con la letra de Polly, es una especie de polvo al polvo, cenizas a las cenizas. Pero no es polvo, es el mar, se está fusionando con el mar. Todos acabaremos allí algún día, algunos mucho más rápido que otros, y es una conclusión tan real y válida. En realidad, no quiero ir allí”, expresó.

Era una ironía, pues en una de las pequeñas charlas con mi madre, me externó el natural miedo de que su vida acabara y que no quería ir ahí. Por momentos no sabía que decir y mi torpeza se convirtió en palabras sobre lo lejos que estábamos de ello.

La muerte no es jamás un anhelo, pero sí puede llevarnos al aislamiento. Pensar en ella, lo único seguro que tenemos en el segundo a segundo, es ser plenos de que somos finitos y somos muy insignificantes en el vaivén de nuestra propia historia… no se diga en la historia del mundo.

Mientras escribo estas líneas, mi madre mejoró su salud, se alejó de pensamientos naturales, pero funestos, y ríe un poco más. Incluso nos atrevemos a reír sobre detalles cómicos que pasan en toda situación, como si fueran chispazos de humor involuntario para tener fuerza.  Hay armonía de nuevo.

El mar, con su vastedad infinita, se asemeja a la muerte en su misterio insondable. Cada paso es un susurro más del destino que nos acerca a sus profundidades. La vida se defiende feroz, pero se mueve a lo inevitable.

Como el mar, la muerte es ineludible, pero en su abrazo, la vida, hay paz, y en cada ola, la promesa de un renacer. The Blue.

 

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