En plena Guerra Fría entre el Este comunista y el Oeste capitalista, Alemania estaba dividida por una barrera de alambre de espinas y hormigón de 27 millas.  El famoso muro que atravesaba y dividía Berlín.

Berlín Oriental sufría crisis económica y al lado occidental era el símbolo de libertad, incluida la de expresión artística. A ese lugar llegaron, en 1976, Iggy Pop y David Bowie no tardaron en llegar a la ciudad para escribir y grabar nuevo material musical.

La intención original era un “Exilio Autoimpuesto” para alejarse un poco de las drogas… objetivo que no pudieron cumplir del todo derivado de todas las atracciones nocturnas que les ofrecía la ciudad.

Compartieron piso en el barrio gay de Schöneberg. Se convirtieron en clientes del legendario local SO36, descrito como la versión berlinesa del CBGB de Nueva York.

Mientras que Bowie grabaría Low y “Heroes”, el dúo mezclaría el álbum de debut en solitario de Iggy Pop, en los estudios Hansa, un espacio de grabación dividido en varios emplazamientos, uno de ellos a la sombra de la Potsdamer Platz y el Muro de Berlín.

Lust for Life contiene “The Passenger”, una canción que fue escrita por Iggy Pop mientras viajaba en el S-Bahn, el metro suburbano de Berlín. La letra describe un espíritu nómada y solitario de un paria punk, una clara referencia autobiográfica del cantante.

David Bowie cantó los coros y tocó el piano para la canción.

La música fue escrita por Ricky Gardiner, un ex miembro de la banda de rock progresivo Beggars Opera. Estaba tocando su guitarra mientras estaba sentado bajo la flor de un manzano cerca de su casa rural cuando se le ocurrió la secuencia de acordes.

“Vivir en un apartamento de Berlín con Bowie y sus amigos fue interesante. ¿Quién hacía las tareas domésticas? Bueno, me parece recordar que pasé un poco la aspiradora.

“(…) ‘The Passenger’ fue escrita en parte sobre el hecho de que había estado viajando por Norteamérica y Europa en el auto de David (Bowie) hasta el infinito. No tenía licencia de conducir ni vehículo”, relató Iggy.

Vi la presentación de Iggy Pop en México el pasado 18 de noviembre. A sus 77 años, su cuerpo se ha vuelto una obra de arte: desnudo del torso, arrugas y una cadera que le impide caminar correctamente.

Es capaz de muchas cosas: de tirarse al suelo, de encender a los asistentes como si el tiempo no existiera y de hacer sonreír a Jack White, quien disfrutó el concierto a un lado del escenario.

El cuerpo de Iggy Pop es pasajero, su actitud es una enseñanza permanente, marginal y errante… como la rebeldía es, ante el tiempo, incluso.

 

 

 

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