No es secreto que la popularidad de Andrés Manuel López Obrador ha caído: el capital político del candidato lo ha derrochado el Presidente de México.

El tabasqueño ganó la elección presidencial con 30 millones 046 mil votos; su partido político, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), se llevó el “carro completo” en el país con diputaciones locales, federales y alcaldías. Una fortuna política invaluable atizada por la frivolidad del sexenio de Enrique Peña Nieto.

El torrente político comenzó a agotarse cuando se acabó el candidato y comenzó a conocerse al nuevo Presidente de México. Todas las promesas de campaña se enfrentaron a la realidad de llevarlas a cabo.

Poco a poco, y ante una nula oposición de los demás partidos políticos, López Obrador agota su capital político y no se percata que su peor enemigo es él mismo, sus dichos y hechos han sido erráticos y ello ha permeado en la administración que preside. La autodenominada Cuarta Transformación ha sido criticada por sus propios actores.

El Presidente de México llega con una popularidad a la baja a su Segundo Informe de Gobierno: el diario Reforma asegura que llega con una reprobación del 56 por ciento, la encuesta GEA-ISA asegura que es un 58 por ciento y Consulta Mitofsky de Roy Campos registra una caída del 67.1 en febrero del 2019 al 50.3 por ciento en julio de este año, la desaprobación, en ese mismo periodo, ha subido de 28.4 a 49.2 por ciento.

“Yo tengo mi encuesta, 70 por ciento, 65, 64 de aprobación, y a la pregunta: ¿Si hoy fuese la elección de que se quede o que se vaya? Y traigo 70 que me quede, 25 que me vaya, y cinco que le da igual.

“(…) Hay una encuesta internacional en donde se mide a los jefes de Estado de los países, estoy en segundo sitio, segundo lugar mundial y he caído con la pandemia dos puntos, pero cada quien tiene su medición”, dijo este lunes en su conferencia matutina.

López Obrador es un hombre de símbolos y eso ha sido su mayor éxito al conectar con sus seguidores: elementos que son representaciones de la realidad y socialmente aceptadas.

Es imposible no estar de acuerdo en el ataque a la corrupción, disminuir la pobreza, apoyar a quien menos tienen o transformar el país. Los símbolos, en este gobierno, tienen protagonistas materiales e inmateriales: juicio a los expresidentes, el avión presidencial, Felipe Calderón, los adversarios y los fifís, entre otros.

¿El resultado? Un México polarizado con una administración en la cual la realidad es simbólica y los hechos son un accesorio cuando no favorecen la investidura y los alientos de quienes lo siguen con fe invulnerable.

Este martes es el día 641 de la administración de López Obrador a la que le falta el 70 por ciento. El horizonte, expresado por Arturo Herrera, Secretario de Hacienda, es que habrá una de las peores crisis que viva el país desde 1932;  además,  en medio de una pandemia cuyas cifras se han cuestionado por la falta de pruebas. Mientras, la Comisión de Quejas del Instituto Nacional Electora ordenó al Gobierno Federal suspender un spot de de López Obrador en el que se refiere al Papa Francisco, por transgredir neutralidad.

El tabasqueño se mantiene trabajando en una campaña permanente donde la búsqueda de popularidad política supera las ganas de gobernar.

La Presidencia de México no es un vestido decorativo y su investidura no debe servir para impresionar con liturgías de apariencias. A decir de Aristóteles, fuera de la sociedad el hombre es una bestia o un Dios… la ilusión es tentadora.

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