En enero de 2017 viajé a Japón para asistir a la exhibición “David Bowie Is” organizada por el museo Victoria & Albert. Después de haberla dejado pasar por diferentes destinos decidí que no podía perdérmela en su parada por Tokio.

Este viaje fue el contexto de varias anécdotas de Bowie que compartiré después, pero por hoy me enfocaré en una noche en particular: después de mi primera visita a la exhibición y de haber pasado un día entero de actividades y paseos, decidí cerrar la noche con una visita a Shibuya, uno de los distritos más populares de Tokio.

Visité la estatua de Hachiko, el perro japonés de raza akita, recordado por haber esperado a su amo cerca de 9 años después de la muerte de éste; y el famoso cruce dónde cientos de personas se encuentran por las múltiples intersecciones. Me adentré más y descubrí las fabulosas tiendas de discos. Nunca había visto algo igual en ningún otro lado. Disk Union, por ejemplo, tenía más de 5 pisos, todos repletos de ediciones japonesas e importadas, en todos los formatos, de todos los artistas imaginables. Era el paraíso.

 

Después de pasar un rato considerable en el distrito, me dispuse a volver. Pero en ese momento, me percaté de un pequeño inconveniente: en mi afán por visitar todas las tiendas de discos, perdí la noción del camino y estaba completamente perdido. Si bien era un problema que se podía resolver fácilmente usando un celular, cuando me pierdo en un viaje siempre busco la manera de volver sin la ayuda de mapas o tecnología. Así que me dispuse a recorrer las calles hasta encontrar algo que me recordara mi ruta. Un callejón repentinamente me mostró el póster de una galería:

 

Si bien no podía entender el texto, comprendí que era una exhibición de fotos de Sukita. Lógicamente por el marco de la parada en Tokio de “David Bowie Is”. Me dije: “Cuando vuelva al departamento buscaré en internet cómo llegar a la galería para visitarla mañana.” No pensaba que la encontraría en ese momento.

Me seguí adentrando por los callejones, el distrito era todo un laberinto. De pronto escuché algo al fondo de la calle…música. Música de David Bowie. Pensé: “¿Será posible acaso?” me acerqué y efectivamente, había encontrado la galería.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por suerte nadie estaba revisando invitaciones en la entrada, porque todos estaban  concentrados en medio de la galería, en círculo. Me apresuré a entrar de manera discreta y comencé a mirar las fotografías como cualquier invitado.

Fue entonces que descubrí la razón por la que todos los asistentes estaban reunidos en el centro. Estaban rodeando en círculo al fotógrafo de David Bowie, a  Masayoshi Sukita ¡en persona!

Todos tomaban fotografías y trataban de hablar con él. Me quedé atónito por un instante y entonces reaccione, necesitaba conseguir algo rápido para que Sukita lo firmara para mí. Por fortuna vendían unos libretos promocionales de la exhibición en la galería, así que me apresuré a comprar uno.

Entonces me dispuse a abordar a Sukita. Su asistente me interceptó y me dijo que el artista solo hablaba japonés, por lo que él podía ayudarme si necesitaba algo. Le pregunté si era posible que firmara mi libreto.

Me pidió que escribiera ni nombre en una hoja de papel para que Sukita pudiera copiarlo letra por letra. Mientras el artista plasmaba su autógrafo, le comenté al asistente que yo tenía “Speed of Life” el libro que publicó junto con Bowie a través de Genesis Publications. Su reacción fue alegre.

Cuando miré mi autógrafo sentí una emoción inmensa, Sukita le había añadido el término “San” a mi nombre, que es una manera de referirse a alguien como “querido” u “honorable” en japonés. A través del libro “Speed of Life” se puede leer a los autores referirse el uno al otro como David-San y Sukita-San.

 

 

 

 

 

 

 

Le pregunté al asistente si era posible hacer una petición más: una fotografía con Sukita. Se acercó a él para preguntarle y accedió. El resultado fue una de mis fotos favoritas de todos los tiempos.

Me despedí del artista y su asistente con una reverencia y me fui a una esquina de la galería, porque me temblaban las piernas. Me quedé ahí un instante para procesar lo que había ocurrido. Sukita, uno de los fotógrafos más importantes en la carrera de Bowie, se había tomado una foto conmigo y me había dado un autógrafo personalizado. Era irreal. Una de las visitantes en la galería me abordó y me preguntó si sabía acerca del evento o si había sido invitado. Le dije que no, que de hecho había llegado a la galería por mera casualidad. Me dijo que era profundamente afortunado. Una anécdota más: recientemente, encontré la cuenta de una gran admiradora de Bowie en Japón, que en diversas ocasiones pasó tiempo con él y le obsequió arte hecho a mano. A través de una conversación, descubrimos que era ella la persona que platicó conmigo esa noche en la galería. ¡Increíble!

Lo que me parecía más asombroso es que siempre había sentido una profunda fascinación por la sesión de fotos de la que nació la porta de “Heroes”. La pose de Bowie, el color, la estética de la imagen y la manera en que encapsula perfectamente el sonido del álbum… todo me parecía magistral. Desde la primera vez que sujete la portada en mis manos me pregunté cuál era toda la historia detrás de ella y quienes habían sido los involucrados. Jamás pensé que algún día vería una dedicatoria a mi nombre a lado de dicha imagen.

Hasta el día de hoy, esa noche es una de las más especiales de mi vida. Un momento que quedará por siempre en mis recuerdos sobre los alcances que puede tener una aventura y la inquietud por explorar lo desconocido. Si hubiese utilizado mi celular para volver, jamás habría tenido esa experiencia. En cambio, me perdí en Tokio y conocí a Masayoshi Sukita.

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