Andrés Manuel López Obrador sabe utilizar los símbolos, esa representación de una idea y que es aceptada por el colectivo.
Su autodenominada “Cuarta Transformación”, que este lunes, ante las luchas internas por su dirigencia, el Presidente de México ya separó del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que él creo, es propiamente un símbolo de recién nacimiento, pues la historia no habla de las pasadas tres transformaciones. La historia, sin historia, por decreto.
López Obrador no gobierna pero predica símbolos: el Avión Presidencial simboliza la frivolidad y los excesos de la administración de Enrique Peña Nieto, Emilio Lozoya, ex Director de Petroleos Mexicanos (Pemex), es de la corrupción.
Los “ex-presidentes” son símbolo del crimen y el periodo neoliberal, que en boca del tabasqueño es una palabra adjetivo más que sustancial, los fideicomisos representan el robo al sector público… del otro lado del “pueblo”, se encuentran los “adversarios” quienes mantienen en vilo aquella “Cuarta Transformación” que parece no llegar.
El simbolismo no sirve para administrar una nación, pero sí para enardecer seguidores: el ímpetu del discurso impide razonarlo y toda retórica es suspicacia. La realidad es doblegada ante esa habilidad de López Obrador para explotar heridas sociales.
En los hechos: el Avión Presidencial sigue en un hangar y pagado por los impuestos de los mexicanos luego de una no-rifa, Lozoya se ha mantenido en silencio sin pisar la cárcel; no hay, hasta el momento, una prueba real de algún delito contra algún expresidente de México y el dinero de los fideicomisos carece de reglas de operación para ser recuperado.
Ante un movimiento como el del Frente Nacional Ciudadano (Frenaa), cuya simiente es lo mismo que critican, el pueblo dejó de serlo ante la polarización que existe en México. El país es “nosotros” y “ellos” cuando ya no hay tiempo que perder. La enfermedad del recelo y abismos de suspicacia entre mexicanos.
Ahora tocó el turno al simbolismo de las llagas de la historia: en una gira por Europa, la esposa de López Obrador, Beatriz Gutiérrez Müller, entregó una carta al Papa Francisco por parte del mandatario mexicano para que la Iglesia Católica ofrezca una disculpa contra los pueblos originarios desde la Conquista. La misma disculpa se exigió a España en marzo del 2019 y fue rechazada.
“Debemos ofrecer una disculpa pública a los pueblos originarios que padecieron de las más oprobiosas atrocidades para saquear sus bienes y tierras y someterlos”, dice la carta entregada al religioso.
Gutiérrez Müller, autocalificada como No Primera Dama por ella misma (otro simbolismo), también buscará “insistir” en traer a México el penacho de Moctezuma que se encuentra en Austria.
La polémica por ese objeto, que, nadie niega, es un emblema de México, acabó en 2014 cuando los gobiernos de México y Austria zanjaron la discusión: es imposible moverlo sin que el tocado pueda ser afectado y tener daños mayores. Se trata de un nuevo populismo nacionalista ante un caso que ya fue cerrado hace seis años en aras de conservar el penacho.
En paralelo, en la Ciudad de México, una estatua de Cristobal Colón es retirada ante supuestos actos vandálicos que la destruirían. Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la Ciudad, llama a reflexionar sobre la permanencia de la representación del Genovés que llegó a una tierra que aún no se llamaba América y se confundió con las “Indias”.
México ha tenido muchos agravios a lo largo del tiempo, el papel de la historia es analizarlos y derivarlos en mejores actuares en el presente; pero es imposible juzgar el pasado con el conocimiento del presente. Para el Presidente de México, mientras se dilapidan las instituciones, toda tempestad es una oportunidad perfecta.
Hoy, ante el gran símbolo que es México, Andrés Manuel López Obrador se exhibe pequeño.