
Y si Dios nos dio pies, entonces bailemos
Ezra Collective no hace música para ser admirada. Hace música para vivir. Para llenar de cuerpo lo que muchas veces cargamos sólo con la cabeza. Para devolvernos al presente.
“God Gave Me Feet for Dancing”, con la voz entrañable de Yazmin Lacey, no está hecha para sonar de fondo. Esta canción se te mete dentro y mueve algo. Algo que no siempre tiene nombre, pero que pide salir. Bailar, quizás. Respirar.
“God gave me feet for dancing / And that’s exactly what I’ll do”
“Dios me dio pies para bailar, y eso es exactamente lo que haré”
Hay cansancio en esa frase, pero también hay ternura. Es casi un acto de fe. Bailar no como celebración vacía, sino como decisión. Como quien no se rinde. Como quien se para en medio del ruido y dice: aún tengo mi cuerpo, y con eso basta.
Yazmin Lacey no canta como quien quiere destacar. Canta como quien ya entendió algo. No fuerza nada. Va directo al hueso. Deja espacio entre las frases. Respira. Y en ese espacio vive toda la humanidad de esta canción.
Ezra Collective no sería lo que es sin la mezcla de sus raíces. Cada integrante viene de una historia distinta, pero todas confluyen en algo que no se puede fingir: esto es real. Afrobeat, grime, jazz, soul. Todo está ahí. No como collage, sino como piel. No lo arman: lo habitan
Por eso cuando suena el bajo de TJ Koleoso, uno siente que pisa suelo firme. Cuando entra la batería de Femi Koleoso, algo late. El ritmo no apura, acompaña. El groove no decora, sostiene. Esto no es un ejercicio de estilo. Es una forma de estar en el mundo.
“Birds flying high / I don’t know how they feel”
“Pájaros volando alto / No sé cómo se sienten”
Y no, no hace falta saberlo. En esta línea hay humildad. Aceptar que no todo se entiende, pero que eso no impide sentir. No impide moverse.
Hay una belleza extraña en cómo esta canción abraza el misterio sin necesidad de resolverlo. No hay urgencia. No hay moraleja. Hay presencia.
Y entonces ella canta:
“Give me bassline / Give me dollar wine”
“Dame una línea de bajo, dame ese vino barato”
Ahí está todo: el deseo de lo simple, de lo esencial. La línea de bajo como refugio. El vino barato como símbolo de una alegría que no necesita lujo, ni excusas. Solo ganas de vivir lo que hay.
En un momento que pasa casi desapercibido, llega la línea más bella de todas:
“Identical strangers dancing to the same song”
“Extraños idénticos bailando la misma canción”
La música hace eso. Borra las fronteras por un rato. En la pista ya no importa el idioma, la ciudad, la historia. Sólo el pulso. Sólo el paso compartido. Ese instante en que alguien te roza el hombro sin querer y, sin mirarse, siguen bailando al mismo ritmo.
Ezra Collective no necesitaba un Mercury Prize para probar nada. Pero lo ganaron. Porque lo que hacen tiene un corazón que late fuerte y un mensaje que no se grita, pero queda. Su disco Where I’m Meant to Be no sólo suena a hogar. Es hogar.
“God Gave Me Feet for Dancing” es una oración, aunque no mencione a ningún dios. Es una canción que no busca respuestas. Sólo te ofrece un lugar donde dejar de hacer preguntas. Donde los pies tocan el suelo, y por un momento, parece que tocaran el cielo.