Whitney Houston sabía que el amor no siempre llega con flores. A veces llega con una canción encendida a medianoche, cuando ya no queda nadie y el espejo te devuelve la cara cansada de esperar. “I Wanna Dance with Somebody” nació ahí: no en la alegría, sino en la falta.

El título parece simple, casi inocente, pero es un deseo que se aferra a la vida. “I wanna dance with somebody who loves me” (Quiero bailar con alguien que me ame) No pide una historia, ni una promesa; pide un cuerpo que responda. No es un grito romántico, es una urgencia física. Quiere calor, contacto, respiración compartida. Quiere dejar de sentirse invisible.

La canción empieza con esa imagen tan precisa: “Clock strikes upon the hour, and the sun begins to fade” (El reloj marca la hora y el sol empieza a desvanecerse”). Ese verso tiene la melancolía de las cosas que se apagan sin remedio. Ella lo canta con dulzura, pero debajo late el vértigo del tiempo que se va. Cada compás es una cuenta regresiva.

Whitney entendía la noche como un territorio peligroso. Sabía lo que significaba oír el eco de su propia voz cuando todo el mundo se ha ido. Por eso la canción se mueve como una carrera contra la sombra. El ritmo no es euforia: es supervivencia. Si sigue bailando, el silencio no la alcanza. Si sigue cantando, el vacío no se atreve a entrar.

Hay una contradicción fascinante en ese tema: brilla como una fiesta, pero respira tristeza. Las cajas de ritmo golpean como un corazón acelerado. Los sintetizadores parecen espejos de neón. Y en medio de todo, su voz, tan pura que parecía hecha de aire y acero,  deja ver una grieta. Nadie canta “When the night falls, my lonely heart calls” con esa mezcla de dulzura y miedo, sin saber exactamente lo que significa.

Porque ese “corazón solitario” no es un recurso poético. Es ella. Es la mujer detrás del ícono. La que sonríe ante miles de personas, pero aún busca a alguien que la vea sin luces, sin maquillaje, sin coreografía. La que canta con el pecho lleno de aire y, al mismo tiempo, de vacío.

En el estudio, cuentan que Whitney grabó esa canción con una energía casi eléctrica. Pero si uno escucha con atención, entre las capas de brillo hay una confesión escondida: el cansancio de seguir buscando calor en un mundo que solo ofrece destellos. “Quiero bailar con alguien” no suena como una petición: suena como una última oportunidad.

Ahí está el milagro. Que de ese deseo naciera algo tan poderoso, tan luminoso, tan profundamente humano. “I Wanna Dance with Somebody” es un himno porque nombra lo que todos callan. Todos queremos bailar con alguien, pero pocos lo dicen así, sin armaduras.

Por eso, cuando suena, no importa si uno está solo en la habitación o rodeado de gente: algo se mueve adentro. La canción no pide que bailes. Pide que respires. Que te atrevas a seguir vivo. Que busques, aunque duela.

Whitney lo entendía mejor que nadie: no hay baile sin soledad, ni luz sin sombra. Su voz no celebraba la alegría, la desafiaba. Y en esa tensión está su grandeza: en haber hecho del anhelo una pista de baile. En haber encontrado, dentro de una canción pop, la forma más pura de decir “no me dejes sola”.

Y quizás por eso, tantos años después, su voz sigue encendida. Porque no canta solo por ella. Canta por todos los que, alguna vez, al caer la noche, sintieron que bailar con alguien podía salvarlos del silencio.

 

 

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