Hay una sola canción que emociona a Frank Booth.

Frank es un vendedor de drogas, psicótico, abusador sexual y adicto a un gas desconocido que inhala de un tanque que permanentemente carga consigo. Ha secuestrado a la familia de la cantante Dorothy Vallens y, en chantaje emocional, la convierte en su esclava sexual. Con ella exhibe su doble personalidad: es “papá”, un sádico golpeador, y “bebé”, un niño que hace de la violación un rito al buscar ser amordazado con un trozo de terciopelo azul.

Una noche, al descubrir que la cantante sostiene una relación con el investigador Jeffrey Beaumont, Frank los fuerza a acompañarlos con “Ben El Suave”, el hombre que mantiene cautiva a la familia de ella.  Booth le pide a  este último cantar: maquillado y con  movimientos afeminados, Ben sincroniza sus labios mientras una canción se escucha “In Dreams” de Roy Orbison. La única canción que hace que Frank llegue a las lágrimas.

La melodía sonará una vez más en la película “Blue Velvet” de David Lynch: cuando Frank Booth golpea al investigador, luego de besarlo varias veces, inhala el extraño gas que lleva consigo, una mujer baila al ritmo de la música en el toldo del auto y un pequeño trozo de terciopelo azul es el protagonista de una de las escenas más extrañas de la cinta de 1986.

“Blue Velvet” le valió a Lynch su segunda nominación como director y es considerada una de sus mejores películas. La banda sonora se compone de la canción que da nombre a la película en la voz de Bobby Vinton e “In Dreams” de Roy Orbison.

Esta última fue lanzada en 1963 en el álbum del mismo nombre.  Irónicamente, la canción llegó en sueños. Orbison se durmió mientras escuchaba la radio que anunciaba los nuevos éxitos de Elvis Presley. La somnolencia lo hizo crear sonidos en su cerebro y se durmió con una idea.

“Vaya, eso es bueno. Necesito terminar eso. Lástima que las cosas no sucedan en mis sueños”, aseguró el cantante que pensó antes de dormir.  Cuando se despertó a la mañana siguiente, la composición completa estaba escrita en 20 minutos.

Mientras la canción estaba en los primeros lugares, Orbison conoció a The Beatles e iniciaron una gira juntos. El cuarteto inglés opacó a quien había sido su ídolo, a pesar de que no era conocido en el mundo todavía.

La canción es inquietante. Comienza como una canción de cuna y presenta a un “payaso de color caramelo que llaman el hombre de arena”. El hombre de arena lleva al protagonista al mundo onírico donde narra los sueños con su amante.  Y como los sueños son extraños trucos mentales,  ella simplemente lo abandona.

La canción es única porque tiene siete movimientos y nunca se repite una sección. Es un drama progresivo que atrae por sus variaciones, por lo oscura y surreal.

Un detalle curioso: Roy Orbison no autorizó el uso de la canción para la película y, si bien al principio se molestó, lo dejó pasar, pues la melodía impulsó de nuevo su carrera. La música de Orbison se volvió otro protagonista del filme. De hecho, la volvió a grabar en 1987 con algunas escenas de ella.

De “In Dreams” nacieron otras dos canciones que merecen una historia aparte. Una involucra a Bono y al propio Roy Orbison antes de que muriera.

Los sueños son duales: están anclado en la realidad y esta última no deja de evocar nuestras esperanzas más sublimes… o de máxima perversión.  El hombre es único por su capacidad de evocar recuerdos y por tener, en algunos casos, ese perverso juego llamado mente.

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