
Como en “La increíble vida de Walter Mitty”, a veces el verdadero escape no es a otro país, sino a la mirada de alguien que comparte la misma manera de soñar. Así comenzó la complicidad: un guiño secreto, la certeza de que ambos estaban viendo la misma película sin saberlo.
Luego llegaron las conversaciones que parecían escenas robadas de “High Fidelity”: listas de canciones que marcaban capítulos de vida, vinilos acariciados como si fueran tesoros, libros comentados con la emoción de quien abre una puerta hacia un mundo en común. Era ese tipo de conexión que no necesita demasiada explicación: bastaba con mencionar un disco o una fotografía para sentirse en casa.
No se trataba de la cercanía física, aunque existió. Lo esencial era ese descubrimiento mutuo, casi mágico, de reconocer en el otro una forma parecida de habitar el mundo. Dos nerds musicales capaces de perder la noción del tiempo “noñeando” sobre discos y películas, celebrando cada coincidencia como si fuera un hallazgo irremplazable.
Lo más inesperado fue que, sin proponérselo, uno le devolvió al otro algo que creía perdido: la emoción de un nuevo latido. Esa chispa que parecía extinguida desde hacía mucho reapareció, simple y desbordante, en la risa compartida y en las miradas entre canciones.
En medio de todo eso apareció “Mnemophobia” de Brainstory. Un tema donde el soul psicodélico se mezcla con la suavidad del jazz y la calidez de un R&B atemporal. La guitarra acaricia cada acorde, el bajo sostiene con un pulso redondo, la batería respira en golpes mínimos y la voz se quiebra como si hablara al oído. Es música hecha para acompañar recuerdos que no terminan de irse.
“I keep all the memories locked away” (Guardo todos los recuerdos bajo llave) parecía escrito para ellos. Porque lo que vivieron fue luz, pero también algo demasiado frágil para dejar expuesto. Cada momento pedía ser atesorado, no exhibido.
Llegó un instante inevitable: la decisión de no tomar lo que el otro ofrecía. No por indiferencia, sino por cuidado. Por la certeza de que había factores que escapaban de sus manos. “I try not to think, but the mind won’t obey” (Intento no pensar, pero la mente no obedece) acompañaba esa lucha entre el deseo de quedarse y la honestidad de soltar.
Lo que permanece no es vacío. Es complicidad pura, intacta en la memoria. “Memories, they haunt me, but they don’t define me” (Los recuerdos me persiguen, pero no me definen). Lo vivido fue suficiente, fue real…
Al final, lo más valioso fue que nadie salió lastimado. El tiempo fue corto, pero suficiente para dejar algo bueno detrás.
Gracias por venir, aunque fuera sólo un momento: eso ya cambió todo.