Hacia finales del siglo 19 y principios del 20, el final de la esclavitud y la reconstrucción luego de la Guerra Civil, el racismo en Estados Unidos era un cotidiano.  Incluso la Corte Suprema de los Estados Unidos aprobaba la separación racial bajo la máxima “Separados, pero iguales”.

Era falso: según las estimaciones del Tuskegee Institute, entre 1889 y 1940 lincharon a 2 mil 833 personas. La frase era “es para que los negros no se insubordinen”. En 1939, una encuesta en el sur mostró que seis de cada diez blancos aprobaban la práctica.

En un linchamiento, las personas podrían ser ahorcadas, quemadas, arrastradas detrás de automóviles y asesinadas de diferentes maneras. La mayoría de los linchamientos fueron llevados a cabo por pequeños grupos clandestinos, pero algunos fueron espectáculos públicos.

A veces los hombres de raza negra simplemente eran colgados de los árboles… colgaban como extraños frutos, según la visión de Abel Meeropol, poeta y compositor estadounidense. “Strange Fruit” surgió de un suceso real.

El 7 de agosto de 1930, una muchedumbre sacó de la cárcel de Marion, Indiana, a Thomas Shipp, Abram Smith y James Cameron, tres adolescentes afroamericanos sospechosos del asesinato de un obrero y la violación de una joven blanca.

Los colgaron del álamo situado frente al Palacio de Justicia del condado. Cameron logró escapar, pero Shipp y Smith fueron linchados. La fotografía de sus cuerpos tomada por un fotógrafo local sería emblemática.

La imagen era terrible porque muestra gestos de satisfacción de la gente que se agolpa en torno a los cuerpos ahorcados, muchos estadunidenses la enviaron como postal a sus seres queridos con mensajes inscritos al reverso.

La imagen indignó tanto a Meeropol que no lo dejó dormir en paz durante días, de manera que, para canalizar la desazón que le provocó, escribió una canción que tituló “Strange Fruit”.

Su esposa Ann la empezó a cantar en asambleas del sindicato de maestros de Nueva York y en mítines del Partido Comunista de los Estados Unidos, en el que militaba el matrimonio.

En una de esas reuniones la escuchó Barney Jonhson, un admirador de la cultura afroamericana, hombre de izquierda y fundador del Café Society, un club de jazz de la ciudad en el que se presentaba una cantante de blues llamada Billie Holiday. Lo que siguió es historia, pues la canción sería el himno de la lucha antirracista.

El contenido de la letra no era para menos.

“Southern trees bear a strange fruit

Blood on the leaves and blood at the root

Black bodies swinging in the southern breeze

Strange fruit hanging from the poplar trees

Pastoral scene of the gallant South”

Billie imprimió a la canción la emoción de sus experiencias personales de abandono, violación, prostitución y drogas y discriminación racial; además la hizo una biografía de su comunidad.

A 85 años de su lanzamiento, la canción cobra vigencia en nuestro país: extraños frutos no cuelgan de los árboles, sino que yacen en la tierra, son los afortunados muertos, pues la delincuencia organizada tiene la cruel y estúpida y cruel tradición de desaparecerlos. Hay tumbas y lágrimas que esperan por ellos.

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