No había escuchado una guitarra tan abrupta y escarpada como los acordes introductorios de “Jumpin’ Jack Flash” … luego la agreste voz de Mick Jagger y los coros en una cuidada inatención del resto del grupo: The Rolling Stones.

La fecha cuando escuché por primera vez a Sus Satánicas Majestades está registrada: el 21 de abril de 1989… fue por la tarde luego de terminar con las clases en la secundaria y luego de, por lo menos cinco horas, de tener un casete en mis manos intitulado simplemente “Rolling Stones”.

La fecha es exacta porque Héctor Valdés, compañero de la escuela, la había escrito en el casete junto con todas los títulos de las canciones. Él había sido la tercera persona con la que había establecido comunicación en la escuela. Me habló sobre música de la década de los sesenta y que su padre había tenido un grupo de rock cerca de aquellas décadas. Es raro encontrar adolescentes de 13 años hablando de sonidos lejanos a su época.

No recuerdo el momento exacto en que charlamos sobre algo en particular que nos trascendería años: a mi me gustaban The Beatles y a él The Rolling Stones; una ironía tomando en cuenta la supuesta rivalidad de las agrupaciones inglesas en la década de los sesenta y que fue invento de los críticos de la época.

Así que decidimos intercambiar música en el único formato posible en la época: un casete Sony HF de 60 minutos. Internet no existía aún y los aparatos de sonido eran grabadoras, reproductores de vinilos y el disco compacto apenas empezaba su auge, pero era demasiado caro para el grado escolar en el que nos encontrábamos.

Durante meses The Rolling Stones no tendrían rostro y solo eran sonidos: “Heart of Stone” pasaba casi desapercibida, pero “Paint It Black” tenía un toque místico, la clásica “Satisfaction” me sorprendía por la guitarra de Keith Richards, “Ruby Tuesday”, por su inocencia, sería una de mis favoritas junto con “Dandelion”. El lado B eras seductor por “As Tears go By” y, la que más me impresionaba en esos momentos, “She´s a Rainbow” por ese discordante violín en la parte media.

El sonido de The Rolling Stones era nuevo, me sorprendía que se alejaba de las fantasías del Cuarteto de Liverpool e ingresaba a una intransigencia atractiva. La voz de Jagger, que se mantiene, es adusta; la música de la banda, incisiva.

El casete había sido grabado de otro llamado “16 éxitos de oro”, versiones mexicanas de los “Greatest Hits” extranjeros. la portada era la foto del disco “Between the Buttoms” de 1967 aunque no había ninguna canción de ese álbum.

El rostro de The Rolling Stones llegaría pocos meses después y con ellos su historia: una de las bandas más influyentes del mundo que sentaron las bases para que la música fuera conocida como actualmente es.

Y algo más: íconos de la cultura pop, la agrupación más longeva del planeta con 250 millones de discos vendidos y anécdotas que sus arrugados rostros muestran. The Rolling Stones, en la sempiterna fastuosidad.

¿El casete? Se volvió un lindo recuerdo pues lleva por lo menos 20 años sin ser reproducido, aunque está en buenas condiciones ¿Héctor? Han sido inderterminados los encuentros musicales acompañados de líquidas inflexiones que nos siguen llevando a más sonidos ¿The Rolling Stones? A punto de sacar un nuevo disco.

“No puedo imaginar que la banda se retire alguna vez”, dijo Keith Richards en octubre pasado. Es posible: el tiempo está de su lado.

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