
Éramos un grupo de 15 personas que tomábamos un curso de redacción y periodismo en el periódico Reforma. No eran clases como tal, eran ejercicios de notas… y ejercicios y ejercicios hasta mejorar la escritura, detectar ángulos periodísticos y ser reporteros.
El curso duraba, si no mal recuerdo, de 9:00 a 13:00 horas. En algún momento nos solicitaron hacer una cobertura en campo, a mí me tocó ir a Ciudad Universitaria de la UNAM, entregar mi nota en redacción y esperar las revisiones del editor encargado en ese momento.
La revisión llegó casi a la medianoche. No todos esperaron, algunos se fueron desesperados por la espera de casi cuatro horas. Cuando salí a la calle me di cuenta de que no podía regresar a mi casa: el metro estaba cerrado, ya no había autobuses en la terminal y pagar un taxi me resultaría carísimo y no tenía tanto dinero. Era 2001.
Miguel Ángel, uno de los compañeros del curso, se acercó a mí y me ofreció su casa para pernoctar. Acepté. El trayecto para llegar fue largo aún: otro par de autobuses y caminar a ella. Sólo recuerdo que estaba ubicada en una pequeña colina en un barrio solitario y que no me dio confianza.
Cuando entré a su departamento me quedé asombrado. Cientos y cientos de libros que comenzaron una charla por la pasión que nos unía por la literatura. La plática derivó en películas, música y cómo nos iba en la vida más allá del curso de redacción. La pregunta fue inevitable.
“¿Sales con alguien?”, pregunté.
“Salía, pero no pienso salir con nadie más a menos de que encuentre una mujer que vuele”, me respondió Miguel Ángel al momento de entregarme el DVD de “El Lado Oscuro del Corazón” de Eliseo Subiela.
Entendí todo cuando escuché los famosos versos de Oliverio Girondo.
“Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias
o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida.
“Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! – y en esto soy irreductible- no les
perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
(…)
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…, aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
(…)
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos
una mujer terrestre?
(…)
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando”.
A los pocos meses entré a Reforma, sería mi casa laboral durante los siguientes 13 años. Por redes sociales, supe que Miguel Ángel daba clases, escribía anécdotas deliciosas en su página y de vez en cuando nos preguntábamos si ya habíamos encontrado esa mujer que vuela. La respuesta era la misma: “aún no”.
Un día él me escribió: “Arturo, ya la encontré”. Se casó con ella, es la madre de sus hijos. A veces nos saludamos, pero no nos hemos vuelto a ver.
Mi camino ha sido otro. Descrito en una canción de Depeche Mode de Exciter que sonaba en aquellos días en mi mente “Goodnight Lovers”, compuesta por Martin L. Gore.
La elección de “Goodnight Lovers” como sencillo resultó sorpresiva, su inclusión en el disco ya de por sí era rara, pues no solo suena a canción de cuna; de hecho, el mismo Andrew Fletcher la definió así.
La letra, sumamente sentida y acongojada, habla del amor verdadero en donde se compromete una parte de la humanidad, una parte del corazón, al mismo tiempo que es una declaración de amor a quien no corresponda a esa pasión.
“When you’re born a lover
You’re born to suffer
Like all soul sisters
And soul brothers”
Un llamado, definitivamente, a otra hermandad, aquella que sugiere que quienes están hechos para amar profundamente están condenados a experimentar dolor. Amar es una entrega total que inevitablemente conlleva sufrimiento: por la pérdida, la distancia, el rechazo o incluso por la intensidad misma del sentimiento… incluso desde el cielo donde se vuela.