Conforme cae la noche, es más visible la luz cenital que cae sobre el tabasqueño… lo hace ver iluminado ante lo que el define como “el pueblo”, una masa simpatizante que aplaude su cuento corto de tres años.

Con cabello recién cortado, el Presidente de México sabe leer más rápido de lo que habla: la lectura es una defensa ante su lenta capacidad de improvisar que la edad le acarrea. Su tono no tiene nada nuevo; el mismo que utilizan los políticos de cuna priista que dieron escuela a panistas, perredistas, hoy morenistas y demás satélites que aseguran ser diferentes.

Andrés Manuel López Obrador inicia su mensaje a la nación por sus tres años de gobierno en una clara nostalgia a ser parte de la oposición. Lo expresa en frases como “como en los viejos tiempos”, “estamos de pie” y “hemos resistido”. Es mejor ser oposición entre la sangre y las lágrimas… a gobernar y no poder.

Mientras la esposa del tabasqueño platica animadamente con el Secretario de Marina e ignora el discurso, su marido se localiza frente a una plaza que viola la ley: banderas de Morena y el Partido del Trabajo mezcladas con los logotipos del Gobierno Federal. Los tres años de gobierno bien lo valen… en su cínica costumbre.

¿Los asistentes? Aplauden a los lugares comunes que pueden entender y que han sido bandera del candidato que hoy es Presidente de México: neoliberal, reforma educativa, cultura, Oaxaca, gobiernos pasados, remesas, vacunas, Gas Bienestar y Ayotzinapa.

Es fácil comprender a quien ignora… pues quien ignora tiene el aplauso más fácil, el grito que olvida su acarreo y el fanatismo que lo hace defender sus propias carencias. Llenar un zócalo no es gobernar, la popularidad es una zona confortable que no exige resultados.

El tabasqueño es la apoteosis de la masa que le sigue y es su propia epifanía. Los nulos resultados se disfrazan de bebederos ideológicos que sacia la sed del admirador.

¿Los resultados? Una síntesis de sus conferencias “mañaneras”: no hay deuda pública, no hay caída en la recaudación de ingresos, los programas sociales funcionan, las remesas aumentan, y sus obras magnas estarán listas. En la asunción de “los otros datos”.

Dos entes merecen especial atención del tabasqueño: los militares, a quienes defiende por su nueva carga de actividades. La milicia en México se ha vuelto la mano fácil del Presidente de México, les otorga poder ante la incapacidad de administrar. Los califica como “el pueblo uniformado”.

Y es “el pueblo” quien merece las mayores menciones de López Obrador: 20 veces lo repite a lo largo de su “mensaje a la  nación”: el pueblo es conciencia, es bueno, trabaja para él, se uniforma para él. Es el pueblo del tabasqueño, la ilusión de que todos son pueblo sin que nadie en realidad lo sea.

El balance de los tres años, además de los mismos “otros datos”, expide un tufo a despedida, el sexenio acabó desde hace meses y el tabasqueño hasta pide que decidan sí debe permanecer en la Presidencia de México, cargo para el que fue elegido.

Es la fiesta de los solitarios, de los habitantes del pueblo del tabasqueño. Un cuento corto que en la historia duró tres años… pero que ha sido demasiado largo.

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