En la primavera de 1970, The Who eran las más grandes estrellas del rock.

La agrupación inglesa, integrada por la voz de Roger Daltrey, la guitarra de Pete Townshend, el bajo de John Entwistle y la batería de Keith Moon, acababa de terminar la gira de “Tommy”, cuarto disco de la banda y considerada la primera ópera rock por su narrativa lineal. La grabación, dedicada a una figura mesiánica sorda, ciega y muda,  los había alejado de los sencillos de tres minutos y del pop fácil  y los había arrojado a mayores fronteras de creatividad.

Pero la creatividad es una ciénaga con superficies complejas, Townshend, ensimismado en sus ideas, comenzó el proyecto Lifehouse, basado en la experiencia única de la comunión que se da en un concierto.

Lifehouse, en palabras del guitarrista, sería una distopía, un escenario global de pesadilla, la humanidad sobreviviría a un desastre ecológico mediante trajes tipo cápsula con aire acondicionado y las personas serian entretenidas desde una red digital con programaciones proporcionadas por el Gobierno. La única manera de dejar esa hibernación sería por la música rock, por el intercambio entre músicos y público. Mediante un concierto, se llegaría a una armonía sublime, a la música de las esferas, a una nota perfecta. Cuando el Gobierno irrumpiera, todo se habría desvanecido por un nirvana musical de esa nota pura.

Nadie entendió el proyecto.

“Es como tratar de explicar la energía atómica a un hatajo de trogloditas”, dijo Townshend a su esposa, quien reconoció que tampoco lo entendía… al igual que el productor de The Who y los integrantes de la banda.

Para finales de 1970, Pete Townshend seguía su proyecto en un marco personal de paranoia, alcoholismo y con pocos recursos económicos.

En 1971, para llevar  a cabo Lifehouse, se darían conciertos en el Teatro Young Vic para buscar esa comunión. A la par se filmarían actividades cercanas al teatro y cada asistente tendría un perfil astrológico. Todo ello se ingresaría a una computadora para llegar a esa nota pura.

El proyecto fracasó.

¿Y la música? Para el proyecto estaban compuestas “Won´t get Fooled Again”, “Behind Blue Eyes”, “Baba O´Riley”, “Love ain´t for Keeping”, “Let´s see Action”, “Getting in Tune”, “Bargain”, “Going Mobile”, Greyhound Girl”, “Teenage Wasteland”, “Time is Passing” y “Pure and Easy”.

Lifehouse nunca vio la luz por su complejidad y decidieron incluir algunas de  las canciones en su quinto disco Who´s Next.

“El título Lifehouse se reconvirtió en el patético Who´s Next y la portada del disco me pareció una broma de mal gusto (…) me desconcertó de sobremanera comprobar que numerosos amigos y fans a los que respetaba expresaban su admiración por el título y el diseño del álbum”, narra Townshend en su libro de memorias “Who I Am”.

La crisis creativa del guitarrista no le permitió ver que sus canciones, “no relacionadas” entre sí, llegarían a ese nirvana musical y llevarían al álbum a ser considerado el 13 mejor de todos los tiempos según VHI, el 28 con la revista Rolling Stone y uno de los mejores de la historia calificado por la revista Time. Llegaría a los primeros lugares de siete países y vendería 3 millones 100 mil copias.

La portada, con los miembros orinando un monolito, es vista por algunos como una referencia al monolito descubierto en la luna en la película “2001: A Space Odyssey”  que había sido estrenada apenas tres años antes.

Who´s Next, por su energía, es una pieza maestra… que no satisfizo a Townshend, pues en el 2000 lanzó The Lifehouse Chronicles  en seis discos compactos y en 2007, The Lifehouse Method, que era un software que cerró luego de 10 mil piezas de música nueva.

En la búsqueda de la nota perfecta, Pete Townshend dejó esparcidas monumentales imperfecciones. ¿La creatividad? Sigue siendo una paranoia por sus innumerables disfraces. ¿La nota perfecta? Quizá esté escondida en espacios de tiempo, en infinitos de libertad o en un murmullo que ya no existe.

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