“I felt all flushed with fever, embarrassed by the crowd
I felt he found my letters and read each one out loud…”
 Killing Me Softly with His Song

La música tiene el poder de detener el tiempo, de convertir un instante en un recuerdo eterno. Y si hubo alguien que supo hacer eso con una delicadeza insuperable, fue Roberta Flack. Su voz, aterciopelada y profunda, no sólo nos cantó canciones; nos contó historias que parecían escritas para cada uno de nosotros. Hoy, el silencio pesa más de lo normal, porque esa voz se apagó.

Roberta Flack no era solo una cantante, era una narradora de emociones. Su talento trascendió géneros y generaciones. No necesitaba gritos ni extravagancias para estremecer; su magia estaba en la sutileza, en la forma en que cada palabra salía de su boca con la cadencia de un susurro que lo decía todo.

Nació en Black Mountain, Carolina del Norte, pero su arte no conocía fronteras. Criada en una familia amante de la música, el piano fue su primer amor. Se formó en la música clásica, pero encontró su verdadera voz en el soul, el jazz, el folk y el R&B. Fue una de esas raras artistas que podían convertir una canción en una experiencia íntima, como si la estuviera cantando solo para ti.

Y así lo hizo con “The First Time Ever I Saw Your Face”, un tema que existía antes de que ella lo tocara, pero que cobró vida en su voz. Un susurro, una confesión de amor, un latido. La canción se convirtió en su primer gran éxito cuando Clint Eastwood la eligió para su película Play Misty for Me en 1971. Desde entonces, el mundo se rindió ante su capacidad para convertir cada canción en poesía.

Pero si hubo un momento que selló su legado en la historia de la música, fue “Killing Me Softly with His Song”. Con esa interpretación, Flack hizo lo imposible: capturó la sensación de ser atravesado por la música, de sentir que alguien más canta exactamente lo que llevas dentro. No por nada ganó dos premios Grammy consecutivos, un logro que pocas veces se ha repetido.

Y si bien brilló como solista, su conexión con Donny Hathaway nos regaló algunos de los duetos más hermosos del soul. “Where Is the Love”, “The Closer I Get to You”, “Back Together Again”… canciones que no eran solo melodías, sino diálogos, conversaciones íntimas entre dos almas musicales afines. Cuando Hathaway partió demasiado pronto, Flack perdió algo más que un compañero artístico: perdió a un hermano musical.

En los últimos años, la vida le impuso un silencio cruel. En 2022, le diagnosticaron ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad que le arrebató la capacidad de cantar. Para alguien que vivió a través de la música, aquello debió ser un dolor insoportable. Pero incluso en ese silencio obligado, su voz siguió resonando en el corazón de quienes ya le habíamos  escuchado.

Hoy, al decirle adiós, queda el consuelo de saber que su legado es eterno. Que siempre podremos cerrar los ojos y escucharla, susurrarnos al oído:

 

 

“Strumming my pain with his fingers

Singing my life with his words

Killing me softly with his song…”

Descansa en paz, Roberta. Nos enseñaste a sentir con cada nota.

 

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