Por el dolor de sus rodillas, mi abuelo pasaba la mayor parte del tiempo en cama. Le costaba trabajo caminar por los reumas que tenía en sus piernas.

Yo tendría unos cuatro años y, al momento de entrar a su habitación, el padre de mi padre movía su dedo índice en el aire. Mi pregunta era reiterada porque la respuesta me encantaba: “estoy escribiendo una historia, ven te la cuento”.

Y comenzaba el mejor momento del día: por la boca del señor de 70 años (nunca supimos su edad verdadera porque aseguraba que sus papeles se habían perdido en la Revolución Mexicana… seguido de una risa de complicidad con sus propias palabras) salían historias inimaginables basadas en sus lecturas. Solo recuerdo completamente una que está plasmada en un libro de relatos. Hay otra: mi abuelo perdido en Harlem.

Entre 1974 y 1976, como masajista del Club Deportivo Toluca, tuvo la oportunidad de viajar a Nueva York para un partido amistoso en tierras estadounidenses. Un día previo al encuentro, en plena concentración, a mi abuelo le dio hambre y decide salir a comprar algo.

Compro un pollo, lo pidió para llevar y se perdió en Nueva York, conocida como “La Decadente Nueva York” por su alta tasa de criminalidad, números problemas sociales, venta de crack. La decadencia se extendió hasta finales de los ochenta y afectó principalmente el South Bronx y Harlem, el llamado Barrio Negro.

“Comencé a caminar y de pronto comencé a ver la mirada de muchas personas de raza negra que me veían de forma extraña. Me di cuenta de que estaba perdido, de que no sabía el camino de regreso al hotel y no sabía hablar inglés.

“Seguí caminando y cuando estaba más perdido me acerqué a un grupo y les dije el nombre del hotel. Uno de ellos, muy mal encarado me señaló mi pollo, se lo di y sonrió; me hizo la seña que lo siguiera y me llevó al hotel repitiendo ‘mexicano, mexicano’ mientras se comía a mordidas mi cena”, narraba cada vez que tenía oportunidad.

La historia quedó grabada en mi mente por años y sellada por “Angel of Harlem” de U2 que llegaría a mi en 1994, el año que murió. A recomendación de un amigo adquirí Rattle and Hum y, cuando vi el título que contenía el barrio de Nueva York, el relato cobró vida de nuevo, su muerte estaba muy reciente.

Nada tiene que ver la canción con la historia personal de quien me enseñó a leer a los cuatro años: el “ángel de Harlem” de U2 es Billie Holiday, una cantante de jazz que se mudó a ese lugar cuando era adolescente en 1928. Fue famosa por su voz y su habilidad para hacer llorar a su audiencia. Lidió con el racismo, los problemas de drogas y las malas relaciones. Murió de cirrosis hepática en 1959 a los 44 años.

La canción se sitúa años antes de mi historia. La banda se inspiró en su primer viaje a la ciudad de Nueva York.

“Aterrizamos en JFK y nos recogieron en una limusina. Nunca habíamos estado en una limusina antes, y con el estruendo del punk rock que aún no se había desvanecido de nuestros oídos, hubo una especie de placer culpable cuando entramos en la limusina (…) El conductor de la limusina era negro y tenía la radio sintonizada en WBLS, una estación de música negra. Billie Holiday estaba cantando. Y ahí estaba, la ciudad de las luces cegadoras, los corazones de neón”, relató Bono sobre la canción.

Dos historias de relatos que se vuelven fábulas: hay ciudades que nos pertenecen por ser ajenas. Todos seguimos escuchando los sonidos de algún ángel que atesora nuestra alma que por ocasiones se pierde. No hay silencio…hay un estruendoso infinito que habla por ellos.

Comentarios

Comentarios