“Había un barco”, dijo mientras me detenía, solo a mi, no a alguno de mis amigos que íbamos a aquella boda.

Era un marinero, anciano, de barbas grises, manos delgadas, casi huesudas y ojos muy brillantes. Repitió la frase que me hizo poner atención: “había un barco”. Decidí escucharlo: me decía que el navío fue aclamado al partir desde un puerto en un día soleado, vi a mis amigos entrar a la boda. Me quedé a escucharle:

“Vino una tormenta que hizo que nuestros mástiles se inclinaran, al igual que la proa, hacia el Sur, hasta las tierras de la nieve y la niebla, en medio de hielo que nos rodeaba y crujía a nuestro paso. En ese momento, la tripulación del barco vio un albatros, le dimos de comer y volaba alrededor del barco, nos acompañó durante algunos días. Un día le disparé con mi ballesta y lo maté.

“La tripulación me calificó de desgraciado y me dijeron que había hecho una cosa infernal, cuando vieron que la brisa comenzó a soplar se retractaron, creyeron que la muerte del albatros había ocasionado que el viento apareciera…, pero luego llegó el silencio”, narró el anciano que ya había captado mi atención.

El barco, según el viejo marinero, se quedó parado en medio de un sol rojo. Una especie de pintura cruel: el sol, el barco y la inmensidad del  mar.

“Agua, agua, por todas partes, y todas las tablas se encogieron; agua, agua, por todas partes, ni gota para beber… además de que cosas viscosas se arrastraban sobre el mar fangoso, por las noches fuegos fatuos bailaban y el agua parecía hervir. Mis compañeros me dieron la espalda y decidieron colgar el albatros de mi cuello pues el animal estaba tomando su venganza por matarlo.

“La sed nos estaba matando, sentía que  nuestros ojos se secaban y parecía que vidrio entraba en ellos. Con mi lastimada mirada vi al Oeste y vi algo que se movía”, expresó el anciano cuyos ojos tomaban un brillo diferente.

Lo que vino a continuación fue increíble: distinguió que, lo que se movía, era una vela, les avisó a sus compañeros y, mientras celebraban el avistamiento, notó que el barco iba más rápido que el viento, que sus velas eran como telarañas.

“¿Y esa Mujer es toda su tripulación? ¿Es eso La Muerte? ¿Sólo son dos la tripulación? ¿Es La Muerte la compañera de esa mujer?”, se preguntó el entonces joven marinero.

Los labios de la mujer eran rojos, su cabello amarillo, su piel blanca ¡Era La Vida en Muerte! Y estaba jugando dados con su compañera; ella le decía a La Muerte que había ganado y silbó tres veces. La tripulación veía lo anterior con una lámpara que apenas alumbraba apenas auxiliada por una luna brillante que parecía un par de cuernos.

“La Vida en Muerte me miró, me maldijo con su ojo y escuché como 4 veces 50 hombres morían, los que eran parte de mi tripulación. Cayeron uno a uno, vi sus almas volar, lejos de la aflicción que había traído la nave fantasma. Su vuelo se escuchaba como el sonido de mi ballesta.

“Mi cuerpo no cayó, pero me encontré solitario en el mar y comencé a ver: no hay santo que se apiade de ti en una agonía, las cosas viscosas están vivas, los muertos mienten y los cuerpos de mis compañeros se pudrieron mientras trataba de orar.

“La maldición de un huérfano puede arrastrarte al infierno, pero la maldición de un hombre muerto es peor y yo la vi siete días y siete noches… y yo no podía morir. De pronto pude rezar y el albatros cayó de mi cuello”, detalló mientras se tranquilizaba.

El anciano marinero ya no estaba frenético, el brillo de sus ojos había disminuido y expresó que, luego de los anteriores sucesos, una especie de viento espectral comenzó a arrastrar el barco… los muertos gemían y cobraron vida para que la nave surcara el mar sin viento. En algún momento, simplemente se elevaron.

Dos hombres lo encontraron en trance y lo llevaron al primer puerto donde encontró a un ermitaño que lavó la sangre del albatros muerto de su alma y, por ende, de la maldición que había caído sobre él y su tripulación… con una condición.

“Hasta que se cuente mi espantosa historia, este corazón dentro de mí arde. Paso, como la noche, de tierra en tierra; tengo ahora un extraño poder del habla; en ese momento que su rostro veo, conozco al hombre que debe escucharme”, concluyó.

La Rima del Antiguo Marinero se repite una y otra vez… hasta el infinito.

“Rime of the Ancient Mariner” pertenece al álbum Powerslave de Iron Maiden de 1984.  La canción se inspiró y se basó en el poema de 1797 del mismo nombre del poeta romántico Samuel Taylor Coleridge. El poema cuenta la historia de cómo un barco fue arrastrado hacia el sur por las tormentas y los extraños sucesos que siguieron. La moraleja es “debemos amar a todas las criaturas creadas por Dios”.

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