Concebir la experiencia del pecado es complicado. Normas morales basadas en la religión cuyo dogma choca a veces con la realidad, la culpa eterna ante un posible castigo, la gratificación de no ser impío.

Lo cierto es el arrepentimiento tiene sabor a resaca; un gusto seco en la boca al saber que nos traicionamos a nosotros mismos, nos fuimos infieles. Somos nuestros propios pecados que, en su momento, dichosamente compartimos con los demás.

“Sinnerman” retomó ese argumento; proviene de una canción tradicional afroamericana que describe a un pecador que intenta esconderse de la justicia divina el Día del Juicio… nadie lo cobija: ni las rocas, ni Dios, ni el Diablo; solo tiene que rezar y esperar. Los tiempos de Dios, aseguran, son perfectos, incluso en los más tenebrosos.

El canto tradicional se volvió canción bajo ese nombre con Les Baxter Orchestra en 1956 y se acreditó la letra a Will Holt y al propio Baxter, la nueva canción se parecía a “On The Judgement Day” lanzada un año antes por The Sensational Nightingales… que a su vez se parecía a una canción de 1928 de Polk Miller.

La canción se inspiró en el Libro de Éxodo que nos brinda el relato de la salida de Israel de la servidumbre en Egipto y comenzar su preparación para heredar la tierra prometida. La letra se inspira en el Salmo 78 que también narra la infidelidad del pueblo, su idolatría y su incapacidad para confiar en Dios.

Se hicieron varias versiones de “Sinnerman” hasta que llegó Nina Simone, la cantante, compositora, pianista y activista de los derechos civiles, que apoyó el nacionalismo negro bajo un enfoque más activo que el de Martin Luther King, pues ella esperaba que los afroamericanos pudieran usar el combate armado para formar un estado separado.

Ella grabó su versión definitiva con 10 minutos de duración para el álbum Pastel Blues de 1965, Simone había aprendido la letra desde su infancia cuando su madre, una ministra metodista, la usaba para ayudar a las personas a confesar sus pecados.

“Algunas de mis experiencias más fantásticas, experiencias que realmente me sacuden, ahora que pienso en ellas; sucedieron en la iglesia cuando teníamos estas reuniones de avivamiento. ¡Estaría jugando! Realmente estaría jugando. Y ¡me encantó! la gente estaría gritando por todos lados. ¡Ese es mi fondo!”, dijo a la revista Ebony en 1969.

Incluso desde años antes la utilizaba para terminar sus presentaciones en vivo. Era su canción, desde la sangre y desde los pecados a limpiar. La canción simplemente le encantaba a Nina.

“Quiero sacudir tanto a la gente que cuando salgan de un club nocturno donde he actuado, quiero que estén hechos pedazos”, señaló en una ocasión sobre lo que causaba.

Y es que ella clama a Dios que perdone sus transgresiones… lo grita. Y, luego de cuatro minutos, comienza un tambor que palpita y una clara guitarra de rock and roll, además de un piano hipnótico que no cesa.  Ningún pecado puede ser tradicional.

La canción no llegó a la lista de éxitos sino hasta años después y, desde entonces, ha sido versionada por múltiples artistas.

¿Y el pecado? Solo es por amor a Dios, por amor al Diablo… pero también tiene un gusto dulce. Toda resaca llega a su fin en otra borrachera infinita.

 

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