Hoy mismo, si hubiera elecciones, el partido creado por él, Morena,  ganaría, todavía, muchos puestos de elección popular. Andrés Manuel López Obrador, actual Presidente de México, sabe que, aún, su figura contiene multitudes.

A pesar de la caída en su popularidad de 62.6 puntos, cuando comenzó su gestión al frente del Gobierno Federal, a 47.5 puntos este 1 de julio, según Consulta Mitosfky, el tabasqueño sabe que sigue teniendo una base fuerte de seguidores.

Algunos de ellos han construido su fortaleza en Morena, organización que ratificó una denuncia ante la Fiscalía General de la República contra su secretaria general, Yeidckol Polevnsky, por presunto lavado de dinero y daño patrimonial al partido por 809 millones de pesos, durante su gestión como secretaria general en funciones de presidenta. Otros solo se pertrechan en la eterna aprobación de todo.

López Obrador llegó a la Presidencia envuelto en lo inédito: una altísima aprobación por parte de 30.11 millones de votos, el 53.19 por ciento de los votos (basta recordar que en 2012, Enrique Peña Nieto, obtuvo 19.2 millones de sufragios, 36 por ciento menos), una mayoría apabullante en el Poder Legislativo y un conocimiento de México, por sus recorridos en 18 años en comunidades del país, que pocos pueden presumir. La culminación prometió un comienzo nuevo.

A dos años de su autodenominada Cuarta Transformación, aquellos escenarios han cambiado: el comienzo se transformó, desde cada púlpito oficial, en una persecución de culpables envueltos en un halo de neoliberalismo y 96 epítetos más. Palabras que señalan, pero no gobiernan. La división de México es de “chairos” y “fifis.

En asuntos de gobierno ya hay palabras emblema: Dos Bocas, Tren Maya, Santa Lucía, Guardia Nacional, consultas a “mano alzada”, beisbol, Cartilla Moral, Ovidio Guzmán, Avión Presidencial, Evo Morales, los LeBaron, entre otras. Cada mención acrecenta el debate y la división.

Los cuestionamientos de ambas partes hierven ante la incertidumbre

Las cifras son más frías: -19.85 por ciento del indicador global de la actividad económica, 874 mil 756 empleos perdidos, caída de la inversión fija de 526 millones de pesos de 2018 a 2020, 41 mil 605 homicidios dolosos en la presente administración que llegan a cifras históricas, organismos autónomos en la mira y leyes polémicas.

Los números se congelan por la pandemia por el covid-19 que nos mantiene, hoy 2 de julio, en noveno lugar internacional de casos detectados, en sexto por el número de fallecidos y en noveno por la tasa de letalidad. La comunicación para enfrentar la pandemia fue una colección de mensajes contradictorios. Cada caso es más cercano cada día.

Empañado por su esposa, Beatriz Gutiérrez Muller, quien por la mañana aseguró que no es médico a pregunta de un usuario de Twitter sobre cómo ayudar a niños con cáncer, López Obrador decidió conmemorar, y celebrar con una silla vacía, el “Segundo Año Histórico Democrático del Pueblo de México” mediante un mensaje.

Sus palabras son mudanza de sus conferencias matutinas: queja velada a los insultos hacia la figura presidencial, la lluvia que ya no cae de arriba a abajo, la supuesta disminución de la inseguridad, negocios neoliberales terminados, recuerdos del Porfiriato, las remesas que son trabajo de migrantes de un Estado que no gobierna por lo que no es logro, empleos no perdidos antes que los ganados, “mañaneras” ad infinitum.

Todo logro es recuerdo diferenciado para el Presidente de México, la novedad sigue siendo recelo.

¿Qué sucedió en dos años? Andrés Manuel y su administración se volvió falso profeta de sus palabras promesa, el pretexto de su gobierno es el pasado, pero no la realidad presente; los retos están anclados en el ayer pero no en el mañana. A dos años, la Cuarta Transformación es precio no costo.

“Nos falta erradicar por completo el fraude electoral”, se anuncia guardían ante los comicios que vienen y connota su preocupación por la multitud que lo llevó al poder.

Ante una oposición casi inexistente, la realidad golpea a la autodenominada Cuarta Transformación: sus promesas, sus dichos, a su gabinete y las sospechas de su corrupción. ¿Sus seguidores? Hasta las derrotas pueden verse como promesa de una mejoría.

México sigue empantanado entre el disfraz y la realidad. Más que nunca hacen eco las palabras del intelectual Gabriel Zaid: la condición necesaria para que la corrupción sea posibe es que una persona represente los intereses de otra.

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