Parecería una historia sacada de otro siglo pero fue real y ocurrió hace semanas: una maestra de música, y diseñadora industrial de Toluca, fue señalada como bruja por tener como mascota un cuervo.

Oraciones fuera de su departamento, objetos dejados a su puerta y una presión constante por parte de sus vecinos de condominio, ocasionaron que Montserrat Valenzuela, abandonara su departamento de la capital del Estado de México.

 

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El pasado lunes 2 de noviembre, centenares de personas asistieron a Tepito, barrio de la Ciudad de México, para visitar el primer altar instalado de la Santa Muerte. Desde las 23:00 horas del día anterior, unos 500 fieles de la niña blanca , no utilizaron cubrebocas ni respetaron el alejamiento físico. La polícia capitalina se mantuvo a cierta distancia solamente pero no intervino. Se calcula que las festividades congregaron a unas mil 500 personas en la zona. En esta ocasión, las peticiones a “la niña blanca” fueron que evitara contagios.

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“¡Muchachos! ¡Al que le valga madre el coronavirus que levante la cerveza”, gritó un hombre que arengaba a una multitud que asistió la noche del pasado 24 de octubre al “Agarrón Carnavalero”, que se realizó en la delegación de San Andrés Cuexcontitlán, tambien en la capital mexiquense. Hasta la fecha, el Ayuntamiento de Toluca no ha sancionado a nadie sobre el evento que fue reportado al 911 pero jamás fue interrumpido. Los asistentes no llevaban cubrebocas.

 

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Sin cubrebocas y sin respetar el alejamiento físico, habitantes de la cabecera municipal de Valle de Bravo salieron a las calles a pedir “calaverita”. Pasearon difrazados en caravanas de motos y caminando para recorrer las calles. Muchos de los asistentes también asistieron a las actividades de la edición 18 del “Festival de las Almas” organizado por el Gobierno del Estado de México que lo realizó con un formato híbrido presencial y en línea.

 

 

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Pese a ser el tercer municipio con más casos de covid-19 en el Estado de México, el Ayuntamiento de Toluca permitió la realización de la Feria del Alfenique 2020 en los portales de la capital mexiquense. El flujo de personas, a pesar de algunos filtros, no fue controlado y la separación de los 54 puestos de dulces colocados fue el escenario de aglomeraciones desde las 15:00 horas. El evento fue presumido en redes sociales por representantes de gobierno como un éxito.

 

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“No me pongo (cubrebocas) porque guardo distancia y el doctor (Hugo López-Gatell Ramírez, ​​​​​​​Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud) me ha dicho que no es  necesario si no estoy infectado”, aseguró el pasado 3 de noviembre, Andrés Manuel López Obrador. El Presidente de México, el pasado fin de semana, con una limpia mazateca, inauguró una ofrenda dedicada a fallecidos por el covid-19. No utilizó cubrebocas y compartió una bebida, en el mismo recipiente, con algunos representantes de las etnias.

 

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El fanatismo, entendido como el apasionamiento por una creencia u opinión de manera exagerada, ha trascendido y superado los caminos de la fe, experiencia personalísima de cada individuo. El fanatismo opera ahora a la inversa. No solo es creer de manera exagerada sino dejar de hacerlo en una aspiración endeble por ser invencible e inmortal: “a mi no me pasa”, “Eso no existe”.

Eric Hoffer, en su libro “El Verdadero Creyente”, detalla que el fanatismo nunca desaparece: se disfraza de progreso, de conocimiento verdadero y modernidad. Asegura que un fanático es un ser carente de conocimiento y crítica. “Es (el fanático) un individuo frustrado, con una concepción peyorativa de sí mismo y harto de soportarse, que se une al movimiento para liberarse de su inútil vida y tener un motivo por el que luchar y destruir en nombre de una causa que considera sagrada”, asegura.

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El fanatismo, cualquiera que sea, encierra una fragancia a réquiems que solo calman atavismos. Ante la singularidad del entorno, la defensa es la reflexión del conocimiento.

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