El Boléro de Maurice Ravel lo he bebido como si se fuera a esfumar al momento, es una composición que me impone por su perfección y que siempre he equiparado con un orgasmo… hay lugares donde el tiempo no existe, pero sí el espacio.

La composición llegó a mi por casualidad una tarde por la radiodifusora favorita de mi padre, Radio 6.20, en apenas unos minutos, me fascinó el ritmo. Era interpretada por la Berliner Philharmoniker dirigida por Pierre Boulez.

La obra creció conmigo y por supuesto, con mi sexualidad, comprendí mejor la obsesión, el aumento gradual de todo, la coda estruendosa… el orgasmo.

Para 1927, la reputación de Ravel ya superaba su natal Francia y tenía por delante giras por Europa, Estados Unidos y Canadá. Antes de irse, la bailarina rusa Ida Rubinstein, le encargó que compusiera un “ballet de carácter español” que ella misma y su compañía representarían.

Ravel, con 52 años, propuso seis piezas para la nueva composición que llamaría “Fandango” y se basaría en la suite para piano “Iberia”. Al regreso de sus giras se le advirtió que los derechos de está última ya habían sido cedidos, el compositor entró en crisis…y se fue de vacaciones en 1928 a la ciudad que lo vio nacer, Ciboure.

En ese lugar se le ocurrió elaborar una obra experimental: un ballet para orquesta que utilizaría un solo tema con una variación en la que se escucha la percusión del tambor con un ostinato, ambos en un crescendo sutil y permanente.. Estaba en pijama cuando lo explicó:

“Madame Rubinstein me pide un ballet. ¿No encuentra usted que este tema tiene insistencia? Voy a intentar repetirlo un buen número de veces, sin ningún desarrollo, graduándolo mejor con mi orquesta”, dijo a un amigo con un dedo en el piano tratando de esbozarlo.

Al regreso de sus vacaciones, el “Fandango” le pareció demasiado rápido y fue reemplazado por un bolero, más moderado, otra danza tradicional de España. La obra nació y así se estrenó el 22 de noviembre de 1928.

El montaje tomó el camino de la sensualidad de inmediato: Ida Rubinstein, ejecuta su danza sobre una gran mesa en un café de Barcelona, acompañada por el suave fulgor de una lámpara y 20 hombres, que permanecen sentados, embelesados ante una de las bellezas más emblemáticas de la danza, un escándalo… El deseo comienza en la mirada, la desnudez en el rostro.

“El Boléro debe ser ejecutado a un tempo único desde el inicio al final, en el estilo quejumbroso y monótono de las melodías árabe-españolas. […] Los virtuosos son incorregibles, inmersos en sus fantasías como si los compositores no existiesen”, dijo Ravel sobre su obra y la forma en la que era interpretada.

En el caso del Boléro, el ostinado  no corresponde a la melodía y armonía, sino a la percusión generada por un tambor de orquesta interpretando dos compases repetidos 169 veces en un compás de ¾. El primer compás del ritmo comprende diez golpes ejecutados por el instrumento de percusión, conformado por dos grupos de un octavo o corchea y un tresillo de semicorcheas o dieciseisavos, y dos corcheas; el segundo, contiene doce golpes, distribuidos en tres grupos de un octavo o corchea con un tresillo de semicorcheas o dieciseisavos

Ravel comenzó a mostrar síntomas de una enfermedad neurológica en 1933, que lo llevó al silencio en sus últimos cuatro años de vida.

Los desórdenes en la escritura, motricidad y lenguaje fueron sus principales manifestaciones, pero su inteligencia se mantuvo intacta. A pesar de su enfermedad, el público siguió aplaudiéndolo en cada presentación.

En 1935, hizo un último viaje a España y Marruecos, pero no logró mejorar su condición. Se retiró a Montfort-l’Amaury, donde contó con el apoyo de amigos y su ama de llaves hasta su muerte en diciembre de 1937, a los 62 años, después de una intervención quirúrgica fallida.

Boléro regresó a mí en una charla, en una reunión en pleno Jueves Santo, guiño hermoso al sexo y a la religión, con un tequila. La voz de la madre de uno de mis amigos quien me sugirió que no escuchara la composición… ¡Que era imperativo que lo viera interpretado por el bailarín Rudolph Nureyev!

La música es inagotable, el oído puede recibir los mejores sonidos del mundo y…el Boléro me sigue intrigando, la pieza de 17 minutos, como el sexo mismo, es un largo camino, sinuoso e inagotable.

 

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